viernes, 13 de noviembre de 2015

Desanimadas Las Luces



Desanimadas las luces,
la sombra, asume la toga
para acomodar el anonimato de una textura
que se ha negado a envolverse con los hilos ajustados.

El abrazo que alarga la sala, no produce la calidez irresistible
para liquidar el peso del sereno, y queda paralizada
a causa de una fragilidad que no logra barajar.

Venus (perfilada y ministerial), no duda en imponer su martillo flexible:
elabora una empresa para el teatro de posturas
de manjares. Irrumpe, totalmente, con la jícara de leche derramada.
Adelanta el nocturno para que regresen las lunas a su estado liberal.
Y unos pasteles, sostenidos por célebres cimientos, de blanco melocotón
dividido, ensancha, para que su curvatura sea propicia en el festival
que concede la sombra.

Venus, antes de partir, sólo permite que un trozo de tela
duerma en el antebrazo.


La estrella del cuadro, recibe complaciente.

martes, 28 de julio de 2015

Décima Satírica a Magglio Ordoñez



 
Magglio Ordoñez
Alcalde-atleta chavista
de las Ligas jonronero,
alzó vuelo cual jilguero
perdiéndose de la vista.
(Lleva manto socialista
hilvanado por su mami.)
¿Fue a ejercitar con Sammy,
su amigo bateador?
A eso no fue el señor…
Si no a gozar de Mayami.

jueves, 2 de julio de 2015

Damas Turbias



Son tres damas
        turbias
que arriesgan sus copas calientes para la gozada y la energía.

Reinan, porque el aroma del pubis
        abunda en las certidumbres de una feria
inesperada.





 

Las tres exhiben sus pezones pacíficos
        como rocas que retornan al calor
        en las cúspides.

Sus nalgas, o pasteles, se engalanan para
favorecer la tolerancia de los muslos
que sirven de pilastra  para sustentar
el compromiso de sus formas y líneas.

¡Son asesinas cordiales de la castidad!

Sus manos están dispuestas a aceptar
             la corpulencia del falo.

En sus abdómenes, hay una primavera de carne
        disuelta,
            que satura  el delirio,
fuerza capaz de demoler el aburrimiento de la cautela.


¿Qué instigan
 con sus desnudeces, cuando los
demás caminan encerrados entre túnicas o mantos?

Al parecer son vírgenes de la obscenidad,
        pero en ese estatus de crudeza,
son golosinas  que aportan alimento para la ganas.

lunes, 15 de junio de 2015

La Bacante





Suficiente es la guirnalda de plumas
que intensifica la frente.

    No la entristece la falta de dinastía.

Celebra con bienoliente corona —deshilachada bajo
un eclipse de briznas
anilladas—, en busca

    de un crimen crepuscular. Además,
una percusión expande ecos
    que sustentan y condecoran el dorso.

¡Pulpa manumisa y sin ataduras!

La Bacante, participa
        en las fiestas canónicas del solsticio
de     verano,
        aupando la muerte de la castidad,
trasegando alcoholes célicos
    y generando una sed de medusas labiales.

Es poderosa porque es frontal,
        y no
le intimida la desvergüenza.

La Marquesa





La Marquesa tiene un soplo de capricho,
        que solo se complementa
con una tizona férrea y extendida.

Piensa en dimitir su nombre,
descomponiéndolo en el compromiso
        de la poltrona,
    para darle entrada a una serie
de aliados
        liberales y ansiosos, que hace
tiempo descendieron a la virginidad.

No le adolece la carta del áspid
        que 
agrede a su pubis y que airea
    las telarañas de la desvergüenza.

Degusta, sin fobia, ese intento de coctel
de miradas que lamen, desde la piedra del
        tobillo inútil, pasando
    por la amplitud de unas piernas olvidadas en la salina,
la anatomía de un vientre de llanura,
    hasta ascender
        a las cifras de una
feminidad suspendidas en la atmósfera.

    La Marquesa, tuvo unos hombros
para  aferrarse…     hoy ya perdidos;
        opta por no dejarse reducir    
por el pronto timo de la vejez,
        dejando
        consumirse, en el guardarropa,
aquel vestuario que quiso enclaustrarla
        en la prudencia.

domingo, 14 de junio de 2015

La Ilustre





Se entiende con sus lunas.
                        Las descuelga
de  aquella noche perniciosa, donde jamás
el renombre las llegó a toquetearlas.

De espalda al mundo, ilustra sin engaños,
            el caudal
            heredado de Venus Calipigia.

Fue en una primavera insólita,
                        en la que supo captar que manos
            hidrópicas,
            pudieran subvertir el cansancio.

de doncella, y habilitarla hacia los filos
                                                           del pecado
¡Dócil, muy dócil con el ascenso de la piel!

Duquesa de su cuerpo, precediendo a la
                        hora  áspera de la vejez cuando
            intente morderla.

Disfruta y descansa la corteza —aun en
                        horas matutinas—,
manteniendo oleajes frente a las sombras que pretenden aislarla
con ese estrato de amnesia y señuelo.


En estas horas claras, las lunas acontecen
para vibrar la carne de quien
            las obtengan con pasión.

Las Florescencias







Advino una desenfrenada primavera,
                        en la que
un género de rosa sublevaron
                        sus pétalos.

¡Labios que escurren un licor intenso!

                        El áspid ha ascendido de las madrigueras
                        proponiendo
            el pecado frontal y ascético.

Florescencias mojan el espacio
nunca esperado en la alcoba,
y como un rio pornográfico, corre
                        y
desata con fuerza carnal, ahogando el rostro de la doncella.


          Luces que lucen.
          Cantos de lo encantos.

Banderas ondeantes a la espera del himno
que las inmortalice bajo los fulgores
de un día de incontinencias.

Marginadas y abiertas ante el
                        protagonismo,
dejan en el pasado, el escudo de su esencia.

Esperan ser colonizadas.

miércoles, 6 de mayo de 2015

La María






La María, la complaciente,
                        la transgresora;
la que violentamente, ha
            escupido la copula de la catedral,
            con una prontitud de caderas
                                   sublevadas.

¡Sea sombra desnuda de primavera!

¡Sea exquisito infierno y obnubile!

¡Sea fruto puesto para la mesa del Deseo!

¡Sea quebranto anunciado para la inocencia!

Que sea serpiente, de una vez por todas,
            ascienda desde su nido,
                        y escolte
al caracol con vello púbico  a morder el retablo;
            inmortalice el temblor de las tetas en su
                        transparencia de altura,
y que, volátil, convenza sin secuelas,
                                   esos pasteles tímidos
                                   de las nalgas,
que luchan por distinguirse a la par
                                   con el mando de los muslos.

La María, si decide inmortalizar las turgencias,
                        la hoguera ardería,
                                   consumiendo

la leña para la carne.


La Engreída



La engreída, conoce de posturas casuales
            esclaviza la sed del ojos para atenderla.

Ha doblado la proporción de la carne
                        para
            facilitar cifras húmedas, ascendidas desde
                                               las sombras.

¡Sin vacilación ha tomado el riesgo!

Con mucha pretensión, hace surgir una
                        incógnita, por incremento del verano
                        que hiela la inocencia:
            la vorágine que revuelve el océano venusino entre
                        magníficos escollos
                        lisonjeros. Las
            borrascas, en esas latitudes, de seguro, abatirían
            proas calientes.

¿Qué divisas más poderosas ascienden
con tal incontinencia?

En tales circunstancias, el ofidio del pecado
                        deja blasón sencillo y fácil, sin
manchas de hipocresías.

            La verdad, es que, la engreída, dificulta el error

                        de la inocencia.



La Monarca





Sabe dirigir, ésta Monarca, la verticalidad;
                        afronta la realidad de la carne
                        sin resumirla,
destituyendo sagazmente el control
                                   terrible
                                   de la veste.

Amonesta aquello que la candidez
                                               aplaude.

Prosperidad absuelve al caracol cortesano
y a los vasos de luna,
                                   hace tiempo
                                   obligados
                        a dormirse en la sima
                        de la
            vergüenza.

Delicioso tinte, que transcurre con el auge       
                        dictaminado, dándole paso al sol
                        para que intervenga
con sus flecheros amarillos.

            Con bautizo encendido asciende la
            piel,
                        abandonando la manzana del ofidio
            en las bocas, como obsequio del rapto.

            El enigma se ha delatado.

La brisa entra en la
                        madriguera escapada.

La Monarca,
                        intré-    
                                   pida,
reconoce la carne como elemento
para trascender al pecado.






La Solista


 
La Solista

Orfelia, hija de Orfeo,
                        de quien hereda la lira,
desengaña las sombras
                        que forzaron al cuerpo
                        a la vergüenza.

Vence, en este instante, a la bestia
                        del atuendo, coordinando el desnudo.

¡Màrtir que padece la honra!

¡Egoísta que suaviza el pudor!

            Nunca antes la lira tuvo mejor
                        Postura. Sus cuerdas,
aún intocadas, esperan el virtuosismo que
            la manzana
                        mordida a diario templa.

Alma y cuerpo, son unidad
                                   para que-
                                               brar
            el silencio y extender el convite.

Entre las susurrantes e insipientes
            impactos de luna, el abrazo recto de las
cuerdas
cruza,
con la esperanza
                        que alguna nota surja desde
el tímpano del 
                        torso; y
            que el pubis aromático, allí severo,
            se cuelgue
en
            cada
                        eco
vibrátil que se propague, hasta que el relente
            humecte,
                                   cordialmente,
los labios y etiquete los muslos.





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Escudo de Lucevelio