Orfelia, hija de Orfeo,
de
quien hereda la lira,
desengaña las sombras
que
forzaron al cuerpo
a
la vergüenza.
Vence, en este instante, a la bestia
del
atuendo, coordinando el desnudo.
¡Màrtir que padece la honra!
¡Egoísta que suaviza el pudor!
Nunca
antes la lira tuvo mejor
Postura.
Sus cuerdas,
aún intocadas, esperan el virtuosismo que
la
manzana
mordida
a diario templa.
Alma y cuerpo, son unidad
para
que-
brar
el
silencio y extender el convite.
Entre las susurrantes e insipientes
impactos
de luna, el abrazo recto de las
cuerdas
cruza,
con la esperanza
que
alguna nota surja desde
el
tímpano del
torso; y
que
el pubis aromático, allí severo,
se
cuelgue
en
cada
eco
vibrátil que se propague, hasta que el relente
humecte,
cordialmente,
los labios y etiquete los muslos.
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