sábado, 26 de noviembre de 2016

Ron con Coca-Cola



«Mi barba significa muchas cosas para mi país. Cuando hayamos cumplido nuestra promesa de un buen gobierno, me afeitaré la barba.»
(Fidel Castro, 1959, entrevista con la CBS)


No se pongan de pie, que aún no es hora de la ovación. Las manos no tienen
el espacio entre ellas para aplaudir. ¡Hay que ayudarlas!

Todavía no se festeje, pero dispongan los pasapalos 
en la nevera y las servilletas en la despensa.

La Coca-Cola la llevo bajo mis brazos, y el ron…
estoy por elegir cuál marca comprar.

En cuanto al granito, no solo hiede a ergástula, 
sino a dama martirizada. Me obligan 
a respirar el mal y esto adormece mis pulmones.

La leyenda mantuvo su obsesión a toda costa, pero el juanete no deja calzar 
bien el zapato. Sería disparatado aletargar 
la marcha con trabas ya obsoletas.

No se diga intactos, renuentes, incorregibles, a quienes 
nunca se trasquilaron, porque al final de cuentas, 
las canas fácilmente la arrastra la tormenta.

Lleven vasos, muchos vasos, incontables vasos, porque los míos, algunos los perdí, otros fueron robados. 

Eso sí, por el día de hoy ¡Hay que brindar!

¡Salud!

jueves, 24 de noviembre de 2016

Salmo del orgasmo





El orgasmo aplasta la frialdad, y disminuye la molicie. 

Se arriba a la luna sin soltar la gravedad de la tierra. Se recorre un ascenso de pocos segundos, hasta las almohadas o cometas atados.

Un par de latidos detonan, estallan, un par de palpitaciones se inflaman, sin promover al mártir y al dolor.

Nada está previsto en este acto, y aun así el regocijo es repentino.

Se suelta al flujo a su carrera, las arterias ya no mecanizan.

Es así como el orgasmo, eco que impacta y no mata, al cuerpo, a la carne hecha pública, aparece como multiplicación de la ecuación orgiástica.

Noche tras noche, cama tras cama, y solo cuando el sudor deja rastro, se escribe esta crónica de los placeres.

Es un sencillo atrio, con una anchura espléndida y transitoria. Deja responsables que no responden por la fatiga causada. 

Es una agonía, no por desmandar resuellos, no porque a los músculos, desnudamente contraídos, retarde la reacción, sino que hace dudar la rutina.

No es necesario que caiga el crepúsculo, ni que se obligue el declive, solo que las caderas se incorporen, se arrimen a una sola.


Diosdado




Diosdado. Diablosdado. Dios a dado al Diablo.

Toda la coca del mundo ronda por tus axilas
y el sol se asfixia por tanta nube. ¿Cómo vivir, 
sobrevivir, los días con el espesor que
intimida, agrede, desde tu
mansión?

Asumiste un teatro terrible en la que la moral
la rompiste hasta hacerla papelillos, y el descaro tomó la forma de un rostro desfigurado,
pero que tiende a dominar la causa 
empapada de morbo. 

Diosdado, naciste para jodernos, y nos jodiste. Te engendraron para 
ocasionarnos un caos, un abismo,
del cual es complicado resolver con pocos instrumentos,
porque tales instrumentos te lo has robado 
para tu lucro de bestia, o los escondiste 
en la turbiedad de tus bolsillos. El amor en 
ti coaguló por las venas secas o cayó 
alguna vez en el excusado para perderse por toda la eternidad en las cañerías.

Para fundar la grosería, tu loca industria, debiste destruir otras ya erigidas hasta el horizonte, por manos eficientes 
en sus primaveras sacras. 

Pero fue más duro, más resistente, más potente 
tu alcaloide 
para enyesar las calles por donde los narigones
están pendientes 
de esnifar cualquier gramo.

Pisaste sin compasión los hombros de la sociedad,
nos pisaste la esperanza, a la lombriz que trata
de enriquecer la tierra. La execración se 
posó en tu sien para aconsejarte, te dijo el cómo, el cuándo, el dónde
interrumpir con engaño la tenacidad. 

Al parecer el cansancio no sacude tu hostilidad,
las semanas pasan, pasan, pasan, hasta herir,
y con el micrófono enganchado en la arenga 
tu discurso suena a disparo que aturde, a heces 
que hacen estallar las cloacas.

El gran difamador anda suelto, impunemente, por 
las avenidas. ¡Hay que encajarle un escupitajo de 
justicia en los ojos! ¡No hay que perder más tiempo,
y poner en uso el orden y el castigo por mandato del pundonor! ¡Hay que hacer cumplir la rectitud al que tiene cogida de nalgas! ¡No hay nada más inadmisible que un proscrito
recitando la ley dislocando el hocico!

La condenación se produjo en esta tierra
en el instante que posamos las manos en los hombros
que te acompañaron, y que jamás aguantaron un día con la nobleza en las
rodillas.

El debate debe continuar contra los ciegos, los ilusos,
los sesos en el suelo, no para despreciarlos 
por sus acciones tontas, sino para reubicar sus pasos que fueron embargados, y hacerles comprender
que la razón no combate contra la razón, combate
contra la imprudencia de rehacer las cadenas. 

Es difícil, muy difícil, corregir tus entuertos que 
no hayan fin. Diosdado, debo, a toda costa,
prohibir tu existencia por la gracia de la honestidad. Es
mi deber patear tu culo, y solamente tu culo, constantemente,  
para que al sentarte el dolor te duela.

¡Maldito seas! ¡Maldito seas! ¡Maldito seas!


Ahí vienen los motorizados



En el video se muestra la acción de los "colectivos armados", bandas motorizadas de delincuentes contratadas por el régimen chavista para reprimir a la población venezolana.




Ahí vienen los motorizados,
vienen arrastrándose, ensuciando, maldiciendo, porque no tienen otra lengua.

Vienen echando espuma negra de sus bocas,
vienen 
a embargarnos la alegría
con sus vulgaridades, con sus heces a empastar  
las narices
y nuestras ropas blancas.

¡Contratados para colmar sus estómagos
con el temor que arrodilla al hombre!

¿Quiénes los contratan para colocar el pánico en el mostrador?, ¿quiénes pueden asegurar sus puestos
con la cobardía?, ¿Sabemos quiénes son?

Están allí, detrás de ellos, de los motorizados,
riéndose a carcajadas, luciendo corbatas improvisadas
de fingida doctrina. 

Los motorizados, ¿son personas?, si lo son, no resisten
en el espacio con tal destreza. Vendidos por unos pocos litros de ron o unos cuantos billetes 
que no volarán más allá del fin de semana. 

Aquellas motos, ¡qué máquinas más consumidas y disipadas y revueltas! Ruedan en la calle excretando el estruendo
sobre la calzada. Sombrías motos de pobres cilindradas, que, además, riegan el 
aceite como vómito de su mecánica barata, para salpicar en los ruedos de los pantalones. Pero rugen, rugen como un error desencadenado y fugitivo. Y al rugir, nuestros
oídos se espantan y tratan de huir. 

No es una moto, tampoco son dos, ¿son tres?, ¿cuatro? ¡Son muchas, como cien!, pero, al juntarse, 
se trasmutan   
en un sola acémila mecánica para criminalizar la acera.

Los motorizados, pobres diablos quienes operan
con rebuscada arenga, promesas que no se asolean más allá de la lengua. Nauseabundos
de poco seso, de poca nobleza. Trotamundos queriendo machucar al mundo. Gentes siendo entes que no quisieron reportar sus desenfrenos. 

Se han convertido en la estrategia periódica para atenazar las gargantas del suspiro mítico. Son 
alimañas que infestan las claridades del compromiso. Se han juramentado
para servir y ofrecer, con presión, el estremecimiento
contra quienes estamos para mantener las actividades
de la comunidad. 

Apestan, corrompen, emponzoñan. 

Sus suciedades 
arrojan para que nos sintamos tras rejas. Se inmiscuyen,  
como un obstáculo ferviente, que han abatido las nalgas 
de la señora justicia hace tiempo embargada. 

Impusieron sus abusos como uso de la pauta. Porque han desgarrado los nervios en el mismo momento 
en que eructaron las mañas, los vicios. 

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Escudo de Lucevelio