jueves, 24 de noviembre de 2016

Diosdado




Diosdado. Diablosdado. Dios a dado al Diablo.

Toda la coca del mundo ronda por tus axilas
y el sol se asfixia por tanta nube. ¿Cómo vivir, 
sobrevivir, los días con el espesor que
intimida, agrede, desde tu
mansión?

Asumiste un teatro terrible en la que la moral
la rompiste hasta hacerla papelillos, y el descaro tomó la forma de un rostro desfigurado,
pero que tiende a dominar la causa 
empapada de morbo. 

Diosdado, naciste para jodernos, y nos jodiste. Te engendraron para 
ocasionarnos un caos, un abismo,
del cual es complicado resolver con pocos instrumentos,
porque tales instrumentos te lo has robado 
para tu lucro de bestia, o los escondiste 
en la turbiedad de tus bolsillos. El amor en 
ti coaguló por las venas secas o cayó 
alguna vez en el excusado para perderse por toda la eternidad en las cañerías.

Para fundar la grosería, tu loca industria, debiste destruir otras ya erigidas hasta el horizonte, por manos eficientes 
en sus primaveras sacras. 

Pero fue más duro, más resistente, más potente 
tu alcaloide 
para enyesar las calles por donde los narigones
están pendientes 
de esnifar cualquier gramo.

Pisaste sin compasión los hombros de la sociedad,
nos pisaste la esperanza, a la lombriz que trata
de enriquecer la tierra. La execración se 
posó en tu sien para aconsejarte, te dijo el cómo, el cuándo, el dónde
interrumpir con engaño la tenacidad. 

Al parecer el cansancio no sacude tu hostilidad,
las semanas pasan, pasan, pasan, hasta herir,
y con el micrófono enganchado en la arenga 
tu discurso suena a disparo que aturde, a heces 
que hacen estallar las cloacas.

El gran difamador anda suelto, impunemente, por 
las avenidas. ¡Hay que encajarle un escupitajo de 
justicia en los ojos! ¡No hay que perder más tiempo,
y poner en uso el orden y el castigo por mandato del pundonor! ¡Hay que hacer cumplir la rectitud al que tiene cogida de nalgas! ¡No hay nada más inadmisible que un proscrito
recitando la ley dislocando el hocico!

La condenación se produjo en esta tierra
en el instante que posamos las manos en los hombros
que te acompañaron, y que jamás aguantaron un día con la nobleza en las
rodillas.

El debate debe continuar contra los ciegos, los ilusos,
los sesos en el suelo, no para despreciarlos 
por sus acciones tontas, sino para reubicar sus pasos que fueron embargados, y hacerles comprender
que la razón no combate contra la razón, combate
contra la imprudencia de rehacer las cadenas. 

Es difícil, muy difícil, corregir tus entuertos que 
no hayan fin. Diosdado, debo, a toda costa,
prohibir tu existencia por la gracia de la honestidad. Es
mi deber patear tu culo, y solamente tu culo, constantemente,  
para que al sentarte el dolor te duela.

¡Maldito seas! ¡Maldito seas! ¡Maldito seas!


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Escudo de Lucevelio