Son tres damas
turbias
que arriesgan sus copas calientes para la gozada y la energía.
Reinan, porque el aroma del pubis
abunda en las certidumbres de una feria
inesperada.
Las tres exhiben sus pezones pacíficos
como rocas que retornan al calor
en las cúspides.
Sus nalgas, o pasteles, se engalanan para
favorecer la tolerancia de los muslos
que sirven de pilastra para sustentar
el compromiso de sus formas y líneas.
¡Son asesinas cordiales de la castidad!
Sus manos están dispuestas a aceptar
la corpulencia del falo.
En sus abdómenes, hay una primavera de carne
disuelta,
que satura el delirio,
fuerza capaz de demoler el aburrimiento de la cautela.
¿Qué instigan
con sus desnudeces, cuando los
demás caminan encerrados entre túnicas o mantos?
Al parecer son vírgenes de la obscenidad,
pero en ese estatus de crudeza,
son golosinas que aportan alimento para la ganas.
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