domingo, 6 de marzo de 2011


I
Emerjo de la nada para verte y cumplirte
y te descubro verde y húmeda como el musgo;
¡por cuánto tiempo anduve en esta indagación!
El tiempo se agotó de tanto ruego mío.

Amo circunscribirte con mis brazos y halagos
y percibir tus pasos como una escena libre;
decirte con palabras lo arcano y lo sinuoso
entre el alto del cerro y las curvas del mar.

Tus manos de alfarera era lo necesario
para remodelar mi barro sin escrito;
nada es como tú ahora, ni siquiera un eclipse.

Te embotello con letras, te atajo sin manía;
sólo para tenerte entre el bosque que pienso
y asumir por más tiempo el lance de tu mesa.



II
Eres una ciudad como ninguna vista;
tus brazos, tus esquinas y el placer de tus calles
pulidas por la brisa y el juicio de tu boca,
roja cual mediodía, se erigen por los aires.

Entre tus avenidas, perfectas y pacíficas,
consigo algún fragmento oculto a simple vista;
pero eres así misma un crucero silvestre.
Nadie te ha transitado como lo he decidido.

Tu cartel Bernardino enuncia tu comienzo
y el partir de tus días hasta hacer tus pasos.
Fue así que las turgencias abrieron nuevas rutas.

Aunque acontezca el tráfico, el embotellamiento
y el claxon disonante, hallaré la limpieza
para entenderte entera y regar tus parcelas.



III
En tus ojos consigo formas redondas de agua,
en tus brazos consigo la extensión a la arcilla,
en tus dedos consigo planes multiplicados,
en tus piernas consigo la fibra indestructible.

Ningún trazo de ti capitulará al piso,
mucho menos se hará clandestino en los límites,
mientras el tema corra franco en mis venas
y pose como estatua en vanguardia a tu puerta.

Al oírte cercana en la zona del golfo
acudir velozmente para atrapar las gotas
─cuantas sea posible─ de tu lluvia propuesta

y reunir la sustancia que elabora en tu porte
de moneda nativa, ese algo fulminante.
Amanezco en tu esfera e instituyo la cita.



IV
Surges por la ventana en la hora que los panes
suben su contextura y el silencio concede
una página nueva en rincones y cumbres;
nada es prematuro como en la madrugada.

Amor, necesitamos deshojar las mazorcas
en ritmo de balada y seguir al crepúsculo,
nadar entre peñascos y hallar la resistencia
que tanto odian los golpes de la mar concurrente.

Asir un centenar de monedas sonoras,
que jamás se entregaron a manos desgastadas,
y lanzarlas al aire y liberar su roce.

Es así que me empeño en sufrir tu equilibrio
para no derrocharme entre olvido y crudeza
y centrar el futuro con propiedades tuyas. 


V
Te espero en esta silla para cercar tu aliento,
desbarato relojes que vociferan horas
y solo me facilito a la sal de las piedras
que estimulan mis pies al lugar de la pausa.

Te espero de este lado tutelando tus ojos
con el compás de llama que guardo en mi baúl.
Ya cerré mis pendientes, nada exige o decreta,
y la lista perdiz impondrá su estatuto.

Si llegas a mi frente te mostraré el libro
escrito por mis nervios en la noche durable:
partículas de verbos con guanábanas frágiles.

Nada hago en otro sitio sino en este tablado
haciendo de la suerte la moneda anhelada
al tentar inscribirte en el rango de mi boca.



VI
Descubro en tu mirada el camino a las uvas,
la textura del pan inflado por el horno,
la tregua a los dolores causado por la ruina,
el semen de la lluvia que provoca mazorcas.

Imagino tallar aros a tu cintura,
senda libre y pequeña; recolecto los frutos
entregados en las ramas de tu granja primaria.
Nada suele ocurrir hasta que tú aconteces.

Única, en el desorden, carente de tragedias,
aparezco desnudo frente a tu puerta autónoma,
para que así los químicos nos mezclen, nos acerquen.

Madre de pomarrosa subraya su canasta,
y hacia el camino libre ella marca su voz
hasta hacernos ligeros entre agendas y sábanas.

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Escudo de Lucevelio