domingo, 19 de octubre de 2008

QUIERO

QUIERO, al asentarse la luna, posarme sobre ella,
y al esperar, contar si fuera posible cada flor de luz
que se revele como algo mágico.
Pisar los cerros con la fragilidad de la hoja,
hasta embarrarme los tobillos en ese momento campestre.
Y a continuación lo que se tome por tragedia,
lo que se tome por bienestar,
lo que ocurra en particular en cada segundo y en cada sitio,
evaluarlo, digerirlo, practicarlo o evitarlo.
Quiero el maíz de mi tierra,
pero el maíz natural, el maíz que ha sido arrancado de su espiga
y entregado a mis manos con los indicios de la polvareda,
desnudarle de su atuendo campechano
y extraerle todo las semillas que fueron pulidas por el suelo a través de las raíces,
triturarlas y amasar hasta cuajar el mazacote en su punto más noble.
Quiero también, y visto que las razones son pocas por estas calles
una ciudad más amada, como a la novia en su primera noche;
una ciudad libre del pecado de la ignorancia,
y que se forme como se ha formado la fruta en su estallido
o como las playas en el cincelado permanente de la ola.
Así quiero a mi ciudad, elevada en la mesa de los trofeos.
Querer requiere de una voluntad sincera proveniente de la aurora del pecho,
dominando las oscuridades y los ventarrones que pudieran amilanar
las intenciones de aquella ignorancia.
Volvamos a la conciencia, y tomémosla y aferrémosla como la roca al suelo.

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Escudo de Lucevelio