Al descampado
llegaban los campesinos como menudencias congregándose. Eran gente modesta de
pies agostados, gente sin picardía, que a pesar del polvo jalado desde el
desierto hasta sus rostros, abanderaban esperanza.
A lomo de
bestia aparecían para presentar y asentar sus mercancías.
Era un
martes cuando inundaron las esquinas de la plaza, aparejaron carpas, desplegaron
cestas abarrotadas de artículos. Poco a poco, de lugares cercanos llegaron
otras gentes, y los regateos se tendieron, envolviendo un cúmulo de palabras ascendentes,
y los trastos se hicieron incontables.
Para
ese día la crónica me dejó un espacio suficiente para la nostalgia.
Así me
sorprendiste, Palestina, anudándome al testimonio de tu costumbre. Volviéndome
otro viajero entre la muchedumbre para tropezar en los rincones del 1zoco y disiparme en la hora.
Fue
gustoso que el azafrán, esa semana, haya violentado el aire, y no el fusil la tranquilidad
de las palomas.
Emprendida
la feria, los 2maâlem se asomaron con sus frentes goteadas de años. Seres sencillos
que prefirieron herirse con la complejidad de los oficios de edades herméticas.
Jerarquía y empeño en la dinámica de los utensilios fue su fundamento, su
fuente para corroborar que las manos se mantienen airosas sin los aparatos. Sin
mucho desvelo trajeron la arcilla desde la sequía hasta la humedad, destacando los
torsos abultados de las vasijas que no bajaron inútilmente de los anaqueles. También
el metal dulcificado por el fuego, reconvertido en figura tornadiza.
A otro rincón,
se situaron los cultivadores, aún se les podía oler las uñas orilladas al
nitrato y al humus. Se escoltaron detrás de la frescura, desplegaron el abanico
que los huertos habían sazonado. Con tanto aroma acomodado de vegetales y
frutas no fue difícil desjarretar el lastre que venía doblando mi espalda.
En un
soplo advertí la extensión de los oasis en las leyendas y una parte vino a cantar
y encantar a mi olfato.
Los
dátiles fueron guarismos deliciosos, las especias, el mejor sudario para resguardar
los platillos (cuántas mesas, ante la espera para los almuerzos, trepidaron).
Joyas
labradas y sedas arrancadas del cielo también se entendieron.
En
otros países los mercados ya están armados, se sienten inmóviles entre tanto abarrote,
pero los tuyos Palestina, son hermosos, ardientes, con un toque de hermetismo y
astucia.
Y así
fue que la gente se alegraba, y el orgullo palestino se enarboló como
estandarte.
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1Mercadillo tradicional de los países
árabes.
2Maestro de materiales de artesanía o las
artes.
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