No está mal visto, no existe
sentencia contra la maniobra, salvo cuando está dirigida a comprimir la arena
en piedra, como para un obelisco.
La dama ha bramado la
heráldica, la dura hendidura por donde resbala el agua sexual.
Hace bastante olvido y
sombra que no se demuestra tal herejía permisiva que suministre licencia a la
aguja.
Este indicio, desdoblado, ha
descubierto la herencia genital. Ha colgado en el aire la mercadería esencial.
Bajo este tratado de piernas
desplazadas, para ventilar, para enfocar la vagina, es una extravagante e insólita
trampa que se ha activado.
No es para nada accidental el
descenso de las condiciones para limpiar este relámpago sin que perjudique la violencia.
¿Qué busca ella? ¿Qué
intenciones encubre? ¿Es cortesana con qué motivo?
Con tanta primacía, el
flagelo es, al parecer, fuego controlado. Lo que antes era objeto pacífico ahora
es una baya tolerable.
Se ve que tiene ganas,
muchas ganas, de ser amada perdidamente. Y con esta noche sin estrellas,
abierta, tiene el medida para desplazar el mundo a su disciplina.
Desconcertante y pacífica,
protagonista e imparcial.
No desea la gloria, ella
desea que la glorifiquen.
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