domingo, 3 de abril de 2016

A la vagina

   
L'origine du monde  1866  Gustave Courbet

   Flácido caracol en secreto. Artefacto que subyuga en manos del súcubo. Partícula del espécimen que  corona en la madurez. Sustancia caliente. Piedra caliente.  Rosa perspicaz. Aro femenino. Refugio indiscreto. Muerte vital. 

   El origen del mundo vino desde ti. Hombres y mujeres, fueron, son, serán huesos  y músculos hasta juntarse los apocalípticos días. 

   La Tierra toda se pobló desde tu determinación, desde tu comarca, y así ha sido desde siglos y siglos. La marcha con que excitas las almas, es exclusiva en los fuegos preconcebidos, hasta olvidarse de las tragedias cotidianas.

   ¿Quién puede cuestionar tu mandato al reventar el atajo?, o ¿Qué cosa, esporádica, pequeña, intolerante, ensaya revolcar tanta memoria?

   ¿Por qué te escondes en la esquina de sal, si sabes a un octubre áspero?

   Luna montada entre los muslos, que al apuntalar la aguja del sol, despeja el espacio para inducir con leña carnal, haciendo que los jugos corporales  excedan los vasos.  Una y otra vez, esta literatura que ensaliva, ha sido el teatro cóncavo bajo el polvo de los días. 

   Se desmorona el acertijo cuando se desenmascara el trazo de tu carnosidad, acompañada o no, con ortiga. Si hay ortiga, se ve la anarquía alegrándose, extendiéndose  con enigmático aroma, computando la fórmula de la genética; sino, el campo es monótono y accidental y helicoidal.

   Eres tan terrestre como la trufa, que elástica, se despierta como puede. 

   Ninguna admiración se impide ante tu magnetismo. No hay espectáculo que determine la circunstancia. No existe, hasta el momento, entidad que rehúse acompañarte en la estepa hiriente de huesos. 

   En el mar, los moluscos son tus devotos y bajo la sábana.  El sacrificio no es ofensivo cuando brotas en tu primavera insolente. 

   Naciste para imperar en el cuerpo. Eres baja pero ascendente cuando es necesario y pedido.

   Sean, por siempre, tus labios voraces.

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Escudo de Lucevelio