Resbala
la noche. Sospecho de aquello probablemente turbulento y varíe mi estadía:
—¡Demon in nobis! —digo con ironía.
¡Se
afila el tiempo para las almas de los caídos!. La podre, sustancia maloliente,
vicia el escaso aire que me permiten respirar. Yo —alma amordazada—, conjeturo
excesos que vedan mi escapatoria al espacio oportuno y liberador, por los
incidentes que van aconteciendo. Sombras sin definición —dentro de estas
paredes— advierten con tomar vindicación sobre mi alma afectada. Siento
ahogarme con esta camisa obligada. ¡Taquicardia!; y hecho un puñado de nervios
incontrolables, me levanto con dificultad, para observar a través de la
ventanilla de la puerta, aquel cartel que dice: —Sólo personal autorizado. Sala
de psiquiatría.
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