Franja de Gaza
El verano apuró su encaje,
estirándolo como una miseria.
Corral del guarismo, cajón de
voluntades abrigándole el aliento.
De norte a sur se le puede ver
sus
cabezas, cabezas rapadas
y apaleadas por barreras.
Al costado,
en una tensa e
irritante correa,
David le muerde los gajos del limonero.
Gaza, es una pulcra chiquilla
de
piel seca pero aromática
y suave, precipitada desde el invierno.
Su fachada auténtica es de arena,
de arena empujada por la brisa.
El eficiente cargo de la granulometría
le fabrica
un paño desenvuelto en varios rizos.
Debajo del paraje, muy debajo,
casi
plutónico,
a pesar de las presiones
a todas sus raíces halla el
depósito de la
manufactura.
Es el despacho donde aterriza
el
mineral que revoca salones de pesadumbre.
Cisjordania
Una gravitación, que es como un
lastre,
le pesa desde hace muchas cosechas.
Muchos pies vinieron a taconearle la espalda.
Unas cuantas rodillas le magullaron
el tendón,
pero aún hoy resiste,
forzadamente,
pero resiste.
Cisjordania tiene extremos de
nobles
alforjas que le enfatizan el suelo.
El Jordán, por un lado, es la criatura
alargándole la lengua por sus costillas.
La conocida agua histórica
de las tierras
bíblicas
frente a la aridez.
Por el otro, el Mar Muerto,
profundo,
circunspecto.
Lago que encajona parte
de su agua para desdibujarlo
en manto para
el aire.
Y como falda a este extraño mar,
el asfalto le rodea la cintura.
Sucede
como la cristalería
implícita del Jordán.
Muy distinta es la línea verde,
la línea del despojo.
El corte deplorable donde
el artificio compuso el
fragmento para deshacer el bizcocho.
Desde los ojos, es el mismo
territorio con
un idioma intruso.
Pero no hay peor fraude que aquel
jaco cercenando las manos de los alfareros.
Mezclando, con el concreto,
una provincia que pocos
comprenden y
complacen.
Esta es Cisjordania,
región de
golpes y desaires,
y sin embargo maciza como pedernal,
melosa como el dátil.
Vaporizando
inciensos,
animada desde sus regadíos