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La Aldeana |
Ella muestra
que al bajar por la pálida comarca
se arriba al valle del albaricoque,
maduro y tórrido.
Ella es aldeana, y ha arrojado hacia la sombra
su castidad,
y propone que solo un
fragmento
del secreto sea disipado para
quemar la leña del éxtasis.
La protagonista para el ojo,
el as de la baraja para ganar el desafío,
y a pesar
de estar mordida entre la curvatura de una penumbra,
es esa frágil grieta
que no se compara con locura alguna.
¡Es triunfante la postura, aunque mínima, para
profanar la inocencia!
Ella sabe cultivar y cavar,
para que brote la simpleza
de la carne, en una impetuosa primavera.
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Las Heroínas |
Tres heroínas, sucesoras
de la fortuna de Venus,
con sus semblantes jactanciosos,
velludas en sus coronas húmedas,
visibles,
absolutas,
fascinantes,
promueven que la hoguera
incinere la inocencia.
Solo han ofendido la Sumisión,
que ha distanciado al cuerpo de su verdad,
y así violan la castidad estrafalaria
con luz y ráfaga.
Siendo gemelas en género y
gallardía, difieren en simetrías
para una efigie en común.
Princesas sinceras, con la potestad
de representar la obscenidad
en una época de miradas hipócritas
y sedientas,
no se amilanan en el espacio
que las lame,
o se recargan en alguna
postura ordinaria.
Las caricias en esos márgenes, surcarían
hasta explorar, profundamente,
toda la carne amatoria.
Si estas divas desean la atención
para sus frescuras,
entonces, que sean dilectas.
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Las Ágiles |
Muy frontales, este clan de cisnes
desvestidos.
En conjunto decidieron despojarse
del elemento que las
insensibilizan,
y se presentan
con un linaje de carnes maduras.
No hay pudor individual, y por ello
el grupo
trasciende con gestos suaves
y rítmicos, a la par de la
música
que lame cada porción descubierta.
Sinuosidades frágiles y tersas —para las caricias—,
imponen su existencia venusina,
provocando un enamoramiento
corporal
que las hace mártires del encanto.
Magia de pieles sin torpeza,
habilidad para establecerse
divulgadas con la luz
y escapar de la sumisión.
Estas musas, saben ofrecer, con
solemnidad, cada centímetro
de sus rasgos naturales.
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La Inclinada |
El prototipo, es un caracol húmedo, e
inclinado sugestivamente
y estático, que libera
al ojo de las distracciones inútiles.
Aparece en un estado de serpiente
para el pecado;
se entrega con la pose que alimenta la lujuria;
se desvive por centrar la claridad
en la entrepierna,
donde el sustento,
es un molusco encubierto
y cálido.
¿Qué ídolo entrega a la luz, y en esa
actitud, sus rasgos mejores, mordidos
por largo tiempo
por las sombras?
¡Intrépido momento aprovechado para
ostentar el espíritu de la carne!
Nada alcanza la trascendencia que
protagonizan
esas piernas fáciles de satén.