Caminando por tus tierras percibí
la fragancia que domina el círculo de tus posesiones. El bálsamo que ha deambulado,
con sus maniobras, por toda la cabellera del aire, provocando un holocausto espléndido.
Nunca antes conocí mejor
intensidad para perderse o para disminuir las preocupaciones.
Aunque las circunstancias bulleran,
se proclamó esta raigambre para distinguir tu territorio ante el rigor, ante la
aspereza, que constantemente acomete para anular tus venas resistentes.
Desde la noche que has querido
cicatrizar, se juntaron sombras, se
juntaron correas para obstruir, se juntaron barrotes, en un impulso por
delimitar la doctrina, como mordeduras afanosas, para repercutir la fragilidad
de tu patrimonio, y desde entonces, este milagro fue mezclado desde los pudores,
para ascender, para adelantar, y para triunfalmente convertirse en estandarte.
Pero ¿desde dónde arriba?, ¿cómo se combina para así distenderse?, ¿tendrá
infinitud, o se derrochará como la arena?
Es la azucena la que comparte y
reparte este vestigio en tu geodesia. La azucena que ha radicado sus raíces
hasta donde la corteza es lava a causa del fuego plutónico, para endurecerse como
pedernal con las elevaciones.
Como un estallido ha liberado el apogeo,
ha dado el verdadero llamado para conmemorar la trayectoria del Jordán.
No descompone su estructura a
pesar de las intentonas de obstáculos y cruces.
No condiciona su ramificación
para permitirse abrazar tus fronteras.
Se ha triturado sus flores, se ha
manufacturado toda su naturaleza vaporosa, cristalizándola en cosmético, para
así sostenerse como mariposa húmeda, en torno al callo de las palestinas.
Es así, que preparo mi instinto
cada vez que sobreviene un cuello de uva, y trato de escarbar ese trazo, esa
señal, que perpetúa los aguedales donde se ratifican, sin ningún desaliento, tus
azucenas.