martes, 30 de septiembre de 2008

Un hombre va por la arena



UN hombre va por la arena,
como marcando su ruta,
en un empleo sin mente
y con la sombra a su diestra.

Hombre sin penas y solo,
tan solo como la roca
plantada en el crudo suelo
y sin la acción de la mano.

¿Con qué intención a esa ruta?
¿De dónde proviene su rostro?
¿Cuál es su historia, si tiene?
¿Cuántos pasos hasta ahora?

Este hombre tiene un color
que lleva oculto en sus labios;
un color tan frío suena
que parece ya de antaño.

Habla hombre, ven y concrétate;
desnuda y haz la palabra
para poder iniciarte
en la plaza del candor.

Pero no trabes el paso,
sigue abierto por tu pista,
dispón del sol que comienza
y extirpa las hojas muertas.

Ves aquellos muros viejos
teñidos por el olvido,
acércate a sus contornos
y palpa sin prisa su aire.

Consume los minutos
que circulan en la copa
y que pareciera dueña
y escribana del destino.

Saluda la misericordia,
aquella misericordia
que plantaba con parábolas
aquél que anduvo en las dunas.

Cuando estés en el lugar,
y la luna, su pestaña
asumiera el don del disco,
cae en su confesonario.

Y para poder moverte
a las razones del mundo,
intenta llevar el mar
a la inmensidad del vaso.

Somos nosotros y aquellos
parte simple de este todo
que nos cerca con su capa
y nos aferra hacia el suelo.

Sólo te puedo decir
y no predecir las cosas,
sus sujetos y presencias
no lo puedo anticipar.

Sigue como ibas, muy solo.
Con la forma de tu imagen
sellando el giro a tu ruta
con la arena que es tu espacio.

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Escudo de Lucevelio